domingo, 17 de enero de 2010

LILIANA MAJIC- MALASANGRE (POEMAS)

SANGRE DE UNIÓN - DIVISIÓN, DE VIDA - MUERTE

En MALASANGRE el lenguaje obra como liberador, se abre, se expande para luego comprimirse, y el yo lírico señala a la sangre como sustancia vital, esencia que entra y sale de los cuerpos para cobrar una dimensión totalizadora(“sangre/miles de millones/de cientos de litros/en la languidez del pasado/fluido/que esperan los muertos/para volver a la vida”).
La sangre se equipara a “vida tácita/circula en las arterias” y toma rumbo propio (“estalla/inunda/asusta”:”la sangre escapó de la aorta/(…)decidió buscar su propia contextura”) y su pérdida desata un lamento(“se llevaron /mi sangre/toda”). Sangre que se iguala al deseo de vivir, a la celebración (“deambula en tus brazos /torrentes / llamas/ por las calles/bailan en/olas púrpura de la energía viajera”), a la fuerza de lo onírico ( “rebelde /tu sangre /que sueña”) y su sensualidad (”tempestad en sus manos/lectura de su piel (…)/ruega por morder mi carne/quiero”).
La sangre y su elemento vital se oponen a: “ausencia falta/vacío nada/mi solución escarlata /se diluye/ninguna tumba”.Porque quien deja de ser habla de “mi esencia/escapa aún/ se pierde /gris/bajo el agua”,Y será el agua la que borra y confiere también el misterio de fluir en el tiempo , y en el otro(”la maravilla del lenguaje se pierde en la piel”), la sincronía que ya se presentía (“tu mirada /en la curvatura del horizonte/donde un trueno/cae definido y abre precipicios/el todo/la nada”)
En la segunda parte del libro , llamada Versos de Asesinato, la víctima y el victimario se confunden(“tomó mi corazón caliente/en último atisbo de voluntad/mordí su boca/ a vivir a vivir/ bebí su sangre”)
Del asesinato individual se pasa al general (“animales feroces trituran/profundas agonías/ huellas en la tierra/miran tus entrañas/muchos frentes para dar batalla”). Y sin embargo, el des-amor se nombrará como la culpa mayor, el dolor más terrible(“como si la noche fuera/culpable/ de tanto amor/que no existe,/de océanos hambrientos y sus habitantes de agua dulce”)
El corazón como símbolo del sentimiento, de lo que bombea la esencia vital, es el frágil, el que peligra(“mi corazón late en tu mano/no sé si vivo/no sé si muero”), el que se arriesga y sufre(“mi corazón latía/impávido/en la palma de la mano homicida/desde adentro/sonaba un llanto confuso”), el que se vuelve multitudinario en su herida(“con navaja abrió en dos al órgano/vivo/aullido/un mar infinito/desató millares de lágrimas”).
También y especialmente, debe destacarse el poema que comienza:“El asesino descansa(…)” y sigue con versos de siniestra belleza: “duerme atado al perfil de la luna/pájaros extraños lo custodian”. Señala el yo lírico la herida del que hiere, la muerte del que mata, con una rotunda imagen:”nada impide ver/siete cicatrices en su sangre”.
En la tercera parte, llamada “Destierro”, la gran ola de imágenes se vuelca hacia la totalidad, la abrumadora presencia del todo o la nada(“plena de nada”), la fuerza de la naturaleza(“la balcánica pasión que brota en cada vegetal”), la sangre y el agua contrapuestas(“la sangre no es agua”). Sin embargo en lo cíclico está el retorno:”todo lo que duerme bajo tierra/vuelve/come/florece/bestias”. Y el amor-odio se transmuta con magia alquímica(“se tocaron/la piel se les transfiguró”(…)”se fusionaron en latido único” y “Las manos asesinas rozaron el blanco cuello.”)Las dos formas de unión, las de la cópula trascendente y la de la víctima-victimario (“mordió en el núcleo mismo de su esencia criminal”) se vuelven parte del mismo juego del universo.
Finalmente la poeta retoma la imagen del primer poema (que sin embargo no está en primera persona del singular), y la sangre o esencia vital se torna yo lírico (”soy savia tácita”), recorrido de las palabras más allá de la voluntad (“impune en mi equilibrio acuoso/que no quiero”) Esta palabra explora las fronteras de la vida y la muerte “y corre”.

martes, 12 de enero de 2010

ELENA EYHEREMENDY. COMENTARIO A ORIGEN. 15/10/09

15 DE OCTUBRE DE 2009.
Grupo A.L.E.G.R.Í.A.. Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.


Buenas noches a todos. Mi nombre es Elena Eyheremendy y hoy tengo el honor de acompañar a nuestra amiga, la poeta Irene Marks en una nueva presentación de su libro ORIGEN en el ámbito del Grupo A.L.E.G.R.I.A.. Por eso quiero en primer lugar agradecer a la autora, esta prueba de confianza y afecto, que me ha brindado además, como lectora, el placer de ahondar en textos sumamente originales, en los que la voz poética adopta tonos íntimamente consubstanciados con otras antiguas voces aquí evocadas con la fuerza resucitadora de la convicción y en pequeñas escenas de comunión íntima con la naturaleza.

Pero ya lo ha dicho Walter Benjamín a propósito de la obra de arte: “Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra (misma), su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra.” Por eso convinimos con nuestra poeta, que mi participación sería breve, de modo de poder acordar más tiempo a la celebración de la palabra poética misma. Por otra parte, si pensamos que toda crítica puede ser considerada simplemente como una traducción, una interpretación a cargo de un lector dado, también podemos preguntarnos legítimamente con ese eximio hombre de letras que fue W. Benjamín, hasta qué punto el libro ORIGEN de Irene Marks habrá encontrado hoy y aquí al crítico o a la crítica que se merece.

En esta tarea me dejé llevar naturalmente –como en toda experiencia de lectura o de escritura– por la brújula de la intuición y el instinto de aventura, que en gran parte conducen nuestros actos de leer o escribir. Comencé así por lo primero que aparece a la vista al tomar un libro entre las manos: ORIGEN, su título, anunciador como un angelus, nos retrotrae ya a tiempos arcanos, tal vez aquellos donde sólo era el logos, la Palabra, casi confundida, prácticamente indiscernible del acto creador. Y recordamos que la naturaleza era allí bienaventurada aunque muda, dado que sólo el hombre, su huésped, podía nombrarla. Recordamos además la inesperada ironía del Árbol del conocimiento en pleno Paraíso y la presencia inquietante por lo autónoma y subversiva de la Serpiente.

Sí, Irene Marks se vuelve en este libro hacia el Origen pero lo hace –y cito palabras de la autora en el Prólogo– busca(ndo) “revalorizar el significado de la vida en las sociedades primitivas”, en su mayoría destruidas por poderes económicos que las consideraban como una amenaza”. Es con ese fin entonces que nuestra poeta querría ”resucitar rituales perdidos”, renovar experiencias que tuvieron lugar en los albores de otros grupos humanos, para quienes los elementos naturales eran sagrados e inseparables de la vida cotidiana: Este prólogo asoma así como bandera en prosa de un poemario; y en él la autora se vuelve sobre su propia escritura buscando su sentido más hondo, hurgando en su propio misterio. Y ya desde esta primera página, ella señala los lazos cortados con nuestro planeta, nuestra falta de contacto con la naturaleza, a la que contaminamos a mansalva con tal de transformarlo todo en oro o petrodólares.

Porque entre las reivindicaciones de nuestra poeta, la mujer de las cavernas, junto con celtas, mayas, incas o comechingones, se une a los cátaros, a los trovadores provenzales, al mito de la Atlántida, buscando cómo renovar aquella “conexión perdida” y recomendar caminos como la emoción y la memoria, que podrían promover la reincorporación de alguna voz “antigua e imprescindible”, resguardada para siempre en el hemisferio derecho –el “no utilitario”– de nuestro cerebro.

Muy fuerte es también en ORIGEN, otro gran tema anunciado igualmente en el Prólogo de la autora, donde como curioso dato encontramos que este libro ha sido escrito hace 25 años: Una simple cuenta de resta y damos con el año 1984: Para mi enorme sorpresa, en ese momento, hace 14 días, yo tenía en mis manos este libro escrito en 1984 por Irene Marks y sobre mi mesa de trabajo, esperándome, un ejemplar en inglés del libro homónimo de Orwell, que precisamente Irene me acababa de prestar un par de semanas antes. Y naturalmente no paran ahí las fiestas de coincidencias y contrastes:

Todos sabemos que Orwell, en su célebre novela de 1949, ubica la acción en una época a la sazón futura, 1984, buscando quizá pintar en un tiempo sin tiempo, la deshumanización que permanentemente acecha a nuestro mundo, el cual no cesa de dejarse fascinar una y otra vez por multifacéticas técnicas de control e ingerencia en la vida privada de las personas, técnicas de sometimiento y represión, utilizadas por las más crueles dictaduras y los totalitarismos más diversos. Incluso hoy, al tiempo que se nos llena la boca hablando de algún progreso en materia de derechos humanos, a la manera del mejor Big Brother de Orwell, las grandes potencias siguen encontrando nuevos falaces incentivos para seguir promoviendo sus guerras, sin mosquearse ante el escandaloso flujo de miles de personas nomadizadas, emigrantes-desplazados-desarraigados que circulan por el mundo entero “en controlado tránsito” pero de hecho abandonados a su suerte. Siempre a la espera, como Gogo y Didi de Esperando a Godot, en el marco de la bufonería siniestra y extenuada de ese Beckett de 1953. A la espera, repito, de la restitución de sus más elementales derechos avasallados, el derecho al alimento, al trabajo, a la vivienda, a ocupar un lugar en el mundo. Hoy, cuando más de medio siglo ha transcurrido tras la aparición de aquellas epifanías apocalípticas de Orwell y de Beckett o más recientemente La carretera de Cormac McCarthy, inmensas mayorías siguen siendo condenadas a vegetar en la miseria, con sus hijos y sus ancianos, a padecer en cárceles clandestinas, a pulular mendigando en las ciudades, procurando sobrevivir a tan descomunal intemperancia, a tanta temeraria avidez de ganancias. Ilegítimas –señala Irene Marks en su Prólogo– por haber sido conseguidas a expensas de la supervivencia de poblaciones indefensas, que siguen siendo despojadas dentro de un proceso universal de destrucción material y deterioro moral, cuyo programa parece incluir la absoluta depredación de nuestro planeta por el agotamiento de sus recursos.

Justamente, en ORIGEN hay poemas como el titulado “El mundo de los túneles”, que abren la puerta de más contemporáneos Infiernos. Se trata de lugares subterráneos, inferiores donde la voz del poeta es el lazo, el testigo que ha visto ambos mundos. Allí se suceden imágenes de la falta del sol y del aire, de carencia de luz, de cielo. Sólo hay lágrimas, humo, negrura, alimañas y el eco de los gritos de los prisioneros. Aunque no falta la rudimentaria plegaria “a algo que llaman Luna” (estoy citando sus versos): “Madre, Madre, le dicen, envía una marea poderosa para quebrar los túneles.” Leo el último tramo (pág. 24).

Quiero señalar además aquí que yo he tenido mucha suerte en el reparto de dedicatorias: En el último poema, titulado “CALENDARIO – II”, mi epígrafe dice: “En materia de constelaciones / la única verdad es seguir buscando el nombre, Tejedora”, y sus protagonistas son náufragos en situación oscuramente precaria: Hay allí una idea de extravío, de perdimiento en lo temporal como en lo espiritual, una idea de encierro y de asfixia, por lo que al comienzo y al final del poema emergen “periscopios” con algo de orwellianos alzados por los sumergidos (cito) “(que) esper(an) la señal de la vida”.

Lo que dos veces me halaga es que los dos poemas que me han sido dedicados tienen un fuerte sentido social, un reclamo de mayor equidad y una más justa distribución de la riqueza. Leo el poema “MADRE TIERRA” (pág. 36-37), donde mi epígrafe dice: “Pero ¿por qué el hacha siempre roja cae sobre los mismos troncos?”.

La poesía de Irene Marks es –lo digo con sus propias palabras– un lanzarse dejando atrás toda atadura, un viaje cuyo camino no se conoce, pero que está marcado, puesto que en el momento de la escritura, no es el poeta quien decide, no es la vertiente racional de su cerebro. Así, la voz poética se identifica a veces con otras voces, dialoga con ellas, en ese desdoblamiento cismático que compartimos con los interlocutores que nos habitan, el otro ausente, aquel que mora en el mágico espejito, como una voz que arropa nuestra soledad.

Las mallas del poema se tejen aquí con la silvestre levedad de las danzas rituales, con la fuerza y el ritmo de sus repeticiones e invocaciones, con “el presagio del anillo de sangre”, cuando no con la dulzura de ese “ciervo dulcísimo sobre su corazón” (estoy citando elementos de “RAÍZ” y de “TROVADORES – IV”). Por supuesto no faltan en la marmita de nuestra hechicera, peces moribundos ni carne de buey negro. Porque en ésta como en toda genuina poesía “el ángel y el demonio se toman de la mano”. Pero girando en medio del torbellino que genera el poema, Irene Marks sostiene con firmeza la varita heredada sin duda del hada Morgana o alguna otra bondadosa sanadora amiga de Merlín o de sus propios ancestros irlandeses. Sin olvidar que entre las hadas y los brujos protectores de ORIGEN está la poeta Paulina Vinderman, alentando a la autora desde su hermosa contratapa.

Tal es la lana, tal el material de su tejido, con el cual y fiel a los principios surrealistas, Irene sueña y halla en lo onírico los metales preciosos de su canto, ella capta otros mundos e inventa su lenguaje, como en los poemas “EL LATIDO RITUAL“ y “ONGAMIRA: PALABRAS DE LA ROCA”. Irene capta otros zodíacos, otras constelaciones, y sabe cargarse de su energía mágica; luego se pone a soñar y nos habla con el acento extrañado de la premonición y la eficaz certeza de los hechiceros. Leo fragmentos de “TROVADORES – II” (pág. 43): “Lo que me asusta no es perder al trovador, sino perder el sueño / del trovador, sus melodías de tierras inconclusas”. Y más adelante “ oh ya no sé a quién amo si al real o al soñado que / habla con la voz grave de los primeros pétalos caídos, allí donde / aún conserva la dulzura su salvaje vertiente de tréboles al / perderse en la noche.” Y al final: “Mas no sé renunciar al arco iris de su sangre tendido sobre el cielo de almohadas que une al mundo, / ni a su nombre, saeta sin destino, pasajero del tiempo como las / maldiciones como las esperanzas.

La más inverosímil tarea del crítico no es por supuesto la de dar lo comunicable como al hablar de un Prólogo, sino dar aquello intangible que emana de esta escritura que, como dice nuestro querido y venerado Julio Cortázar, ”nos abre el misterio de lo que es mirado desde el otro lado de la realidad cotidiana”. Por eso termino citando de “TROVADORES – V” (pág. 48): “Pero tú no lo sabes, solamente el que viene detrás de ti conoce estas señales, / el que mueve las olas de la noche, / el que llegó flotando en la más alta cresta de la espuma, cuando surgió el diluvio para quitarme el fuego para quitarme el fuego.”

ELENA EYHEREMENDY- 3/04/09.COMENTARIO A ORIGEN-BIBLIOTECA NACIONAL

Buenas noches a todos. Mi nombre es Elena Eyheremendy y hoy tengo el honor de acompañar a nuestra amiga, la poeta Irene Marks en la primera presentación de su libro ORIGEN en el ámbito de la sala Cortázar de nuestra querida Biblioteca Nacional. Por eso quiero en primer lugar agradecer a la autora, esta prueba de confianza y afecto, que me ha brindado además, como lectora, el placer de ahondar en textos sumamente originales, en los que la voz poética adopta tonos íntimamente consubstanciados con otras antiguas voces aquí evocadas con la fuerza resucitadora de la convicción y en pequeñas escenas de comunión íntima con la naturaleza.

Pero ya lo ha dicho Walter Benjamín a propósito de la obra de arte: “Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra (misma), su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra.” Por eso convinimos con nuestra poeta, que mi participación sería breve, de modo de poder acordar más tiempo a la celebración de la palabra poética misma. Por otra parte, si pensamos que toda crítica puede ser considerada simplemente como una traducción, una interpretación a cargo de un lector dado, también podemos preguntarnos legítimamente con ese eximio hombre de letras que fue W. Benjamín, hasta qué punto el libro ORIGEN de Irene Marks habrá encontrado hoy y aquí al crítico o a la crítica que se merece.

En esta tarea me dejé llevar naturalmente –como en toda experiencia de lectura o de escritura– por la brújula de la intuición y el instinto de aventura, que en gran parte conducen nuestros actos de leer o escribir. Comencé así por lo primero que aparece a la vista al tomar un libro entre las manos: ORIGEN, su título, anunciador como un angelus, nos retrotrae ya a tiempos arcanos, tal vez aquellos donde sólo era el logos, la Palabra, casi confundida, prácticamente indiscernible del acto creador. Y recordamos que la naturaleza era allí bienaventurada aunque muda, dado que sólo el hombre, su huésped, podía nombrarla. Recordamos además la inesperada ironía del Árbol del conocimiento en pleno Paraíso y la presencia inquietante por lo autónoma y subversiva de la Serpiente.

Sí, Irene Marks se vuelve en este libro hacia el Origen pero lo hace –y cito palabras de la autora en el Prólogo– busca(ndo) “revalorizar el significado de la vida en las sociedades primitivas”, en su mayoría destruidas por poderes económicos que las consideraban como una amenaza”. Es con ese fin entonces que nuestra poeta querría ”resucitar rituales perdidos”, renovar experiencias que tuvieron lugar en los albores de otros grupos humanos, para quienes los elementos naturales eran sagrados e inseparables de la vida cotidiana. Este prólogo asoma así como bandera en prosa de un poemario; y en él la autora se vuelve sobre su propia escritura buscando su sentido más hondo, hurgando en su propio misterio. Y ya desde esta primera página, ella señala los lazos cortados con nuestro planeta, nuestra falta de contacto con la naturaleza, a la que contaminamos a mansalva con tal de transformarlo todo en oro o petrodólares.

Porque entre las reivindicaciones de nuestra poeta, la mujer de las cavernas, junto con celtas, mayas, incas o comechingones, se une a los cátaros, a los trovadores provenzales, al mito de la Atlántida, buscando cómo renovar aquella “conexión perdida” y recomendar caminos como la emoción y la memoria, que podrían promover la reincorporación de alguna voz “antigua e imprescindible”, resguardada para siempre en el hemisferio derecho –el “no utilitario”– de nuestro cerebro.

Muy fuerte es también en ORIGEN, otro gran tema anunciado igualmente en el Prólogo de la autora, donde como curioso dato encontramos que este libro ha sido escrito hace 25 años: Una simple cuenta de resta y damos con el año 1984. Para mi enorme sorpresa, en ese momento, hace 14 días, yo tenía en mis manos este libro escrito en 1984 por Irene Marks y sobre mi mesa de trabajo, esperándome, un ejemplar en inglés del libro homónimo de Orwell, que precisamente Irene me acababa de prestar un par de semanas antes. Y naturalmente no paran ahí las fiestas de coincidencias y contrastes:

Todos sabemos que Orwell, en su célebre novela de 1949, ubica la acción en una época a la sazón futura, 1984, buscando quizá pintar en un tiempo sin tiempo, la deshumanización que permanentemente acecha a nuestro mundo, el cual no cesa de dejarse fascinar una y otra vez por multifacéticas técnicas de control e ingerencia en la vida privada de las personas, técnicas de sometimiento y represión, utilizadas por las más crueles dictaduras y los totalitarismos más diversos. Incluso hoy, al tiempo que se nos llena la boca hablando de algún progreso en materia de derechos humanos, a la manera del mejor Big Brother de Orwell, las grandes potencias siguen encontrando nuevos falaces incentivos para seguir promoviendo sus guerras, sin mosquearse ante el escandaloso flujo de miles de personas nomadizadas, emigrantes-desplazados-desarraigados que circulan por el mundo entero “en controlado tránsito”, pero de hecho abandonados a su suerte. Siempre a la espera, como Gogo y Didi de Esperando a Godot, en el marco de la bufonería siniestra y extenuada de ese Beckett de 1953. A la espera, repito, de la restitución de sus más elementales derechos avasallados, el derecho al alimento, al trabajo, a la vivienda, a ocupar un lugar en el mundo. Hoy, cuando más de medio siglo ha transcurrido tras la aparición de aquellas epifanías apocalípticas de Orwell y de Beckett o más recientemente La carretera de Cormac McCarthy, inmensas mayorías siguen siendo condenadas a vegetar en la miseria, con sus hijos y sus ancianos, a padecer en cárceles clandestinas, a pulular mendigando en las ciudades, procurando sobrevivir a tan descomunal intemperancia, a tanta temeraria avidez de ganancias. Ilegítimas –señala Irene Marks en su Prólogo– por haber sido conseguidas a expensas de la supervivencia de poblaciones indefensas, que siguen siendo despojadas dentro de un proceso universal de destrucción material y deterioro moral, cuyo programa parece incluir la absoluta depredación de nuestro planeta por el agotamiento de sus recursos.

Justamente, en ORIGEN hay poemas como el titulado “El mundo de los túneles”, que abren la puerta de más contemporáneos Infiernos. Se trata de lugares subterráneos, inferiores donde la voz del poeta es el lazo, el testigo que ha visto ambos mundos. Allí se suceden imágenes de la falta del sol y del aire, de carencia de luz, de cielo. Sólo hay lágrimas, humo, negrura, alimañas y el eco de los gritos de los prisioneros. Aunque no falta la rudimentaria plegaria “a algo que llaman Luna” (estoy citando sus versos): “Madre, Madre, le dicen, envía una marea poderosa para quebrar los túneles.” Leo el último tramo (pág. 24).

Quiero señalar además aquí que yo he tenido mucha suerte en el reparto de dedicatorias: En el último poema, titulado “CALENDARIO – II”, mi epígrafe dice: “En materia de constelaciones / la única verdad es seguir buscando el nombre, Tejedora”, y sus protagonistas son náufragos en situación oscuramente precaria: Hay allí una idea de extravío, de perdimiento en lo temporal como en lo espiritual, una idea de encierro y de asfixia, por lo que al comienzo y al final del poema emergen “periscopios” con algo de orwellianos alzados por los sumergidos (cito) “(que) esper(an) la señal de la vida”.

Lo que dos veces me halaga es que los dos poemas que me han sido dedicados tienen un fuerte sentido social, un reclamo de mayor equidad y una más justa distribución de la riqueza. Leo el poema “MADRE TIERRA” (pág. 36-37), donde mi epígrafe dice: “Pero ¿por qué el hacha siempre roja cae sobre los mismos troncos?”.
La poesía de Irene Marks es –lo digo con sus propias palabras– un lanzarse dejando atrás toda atadura, un viaje cuyo camino no se conoce, pero que está marcado, puesto que en el momento de la escritura, no es el poeta quien decide, no es la vertiente racional de su cerebro. Así, la voz poética se identifica a veces con otras voces, dialoga con ellas, en ese desdoblamiento cismático que compartimos con los interlocutores que nos habitan, el otro ausente, aquel que mora en el mágico espejito, como una voz que arropa nuestra soledad.

Las mallas del poema se tejen aquí con la silvestre levedad de las danzas rituales, con la fuerza y el ritmo de sus repeticiones e invocaciones, con “el presagio del anillo de sangre”, cuando no con la dulzura de ese “ciervo dulcísimo sobre su corazón” (estoy citando elementos de “RAÍZ” y de “TROVADORES – IV”). Por supuesto no faltan en la marmita de nuestra hechicera, peces moribundos ni carne de buey negro. Porque en ésta como en toda genuina poesía “el ángel y el demonio se toman de la mano”. Pero girando en medio del torbellino que genera el poema, Irene Marks sostiene con firmeza la varita heredada sin duda del hada Morgana o alguna otra bondadosa sanadora amiga de Merlín o de sus propios ancestros irlandeses. Sin olvidar que entre las hadas y los brujos protectores de ORIGEN está la poeta Paulina Vinderman, alentando a la autora desde su hermosa contratapa.

Tal es la lana, tal el material de su tejido, con el cual y fiel a los principios surrealistas, Irene sueña y halla en lo onírico los metales preciosos de su canto, ella capta otros mundos e inventa su lenguaje, como en los poemas “EL LATIDO RITUAL“ y “ONGAMIRA: PALABRAS DE LA ROCA”. Irene capta otros zodíacos, otras constelaciones, y sabe cargarse de su energía mágica; luego se pone a soñar y nos habla con el acento extrañado de la premonición y la eficaz certeza de los hechiceros. Leo fragmentos de “TROVADORES – II” (pág. 43): “Lo que me asusta no es perder al trovador, sino perder el sueño / del trovador, sus melodías de tierras inconclusas”. Y más adelante “ oh ya no sé a quién amo si al real o al soñado que / habla con la voz grave de los primeros pétalos caídos, allí donde / aún conserva la dulzura su salvaje vertiente de tréboles al / perderse en la noche.” Y al final: “Mas no sé renunciar al arco iris de su sangre tendido sobre el cielo de almohadas que une al mundo, / ni a su nombre, saeta sin destino, pasajero del tiempo como las / maldiciones como las esperanzas.

La más inverosímil tarea del crítico no es por supuesto la de dar lo comunicable como al hablar de un Prólogo, sino dar aquello intangible que emana de esta escritura que, como dice nuestro querido y venerado Julio Cortázar, ”nos abre el misterio de lo que es mirado desde el otro lado de la realidad cotidiana”. Por eso termino citando de “TROVADORES – V” (pág. 48): “Pero tú no lo sabes, solamente el que viene detrás de ti conoce estas señales, / el que mueve las olas de la noche, / el que llegó flotando en la más alta cresta de la espuma, cuando surgió el diluvio para quitarme el fuego para quitarme el fuego.”

Posdata: Esperamos haber traído suficientes ejemplares del libro para que cada uno de Vds. pueda llevarse un ejemplar firmado por la autora.

lunes, 11 de enero de 2010

EDGARDO GUGLIERMETTI- INTERROGANTES

La tragicomedia de vivir

En Interrogantes, Edgardo nos hace ver su abismo, su relámpago de dolor por momentos apocalíptico “en los miserables días que quedan, hablo”, con una escalofriante lucidez que se burla de los monstruos sagrados (“Calandria sarcástica/que brota a orillas de un arroyuelo/entre maracas”) y con un humor punzante pero también fresco y muy porteño: “Pobre vampiresa, se salió de su sombra, /Del mural de la sangre. Se fue por las calles con las piernas anudadas. /Dijo ¡adiós patio mío!”
La mirada herida no se detiene ante lo macabro, sino que nombrándolo le restituye su lugar, su derecho a ser “Entre mordeduras palabra fiel inocente/algo sucio bello pertenencia de otro mundo aquí aquí no/ allá mordedura escarlata”. Sin embargo, la infinita nostalgia, el camino que rinde sus homenajes a cada pisada que en él se grabó y le duele recordar, se expresa con fuerza en imágenes:”Un glaciar a punto de estrellarse, una madera tallada/Cuerpo cimbreante con una chinchilla en la cabeza/ con un adagio para la última rosa”.
Pese al sarcasmo, el llanto es abierto (“Cómo atravesar la obstinada región del miedo / con la belleza muerta en brazos”), porque hay un horizonte perdido (“Así se va vaciando el porvenir/ así los obstáculos trozan alas”.)Y hay otras máscaras del dolor que no se olvidan, las que la sociedad impone a los transgresores (“Debajo del camafeo la humillación en los hospitales”;”Me arrastran por el hall en continua secuencia/un revólver en el estómago”) y como contrapartida el frenesí que intenta negar su condición penosa, no recordar lo transitorio (“Me pinto la cara para hipnotizar y danzo/ me dibujo en la pared para hipnotizarme”). Y lo humano, la valoración de lo solidario y la denuncia ante la indiferencia (“¿Nadie oyó gritar a la señorita Alma Winemiller?/En el reñidero, picotazos de gallo a gallo, / un chorro de sangre bañó su vestido transparente”)
En esta búsqueda de sentido a través del cuerpo (“¿un puente entre dos vidas/dos vidas que cerrojan el puente?”…”el sexo borrachera del ingenuo paraíso”) y más allá del cuerpo (“en otro sitio la vida fue tuya/aunque los umbrales dijeran otra cosa” “corazón de lapislázuli bajo tu cuerpo/sostenido por malabaristas”), hay por momentos la conciencia del abandono, el infinito deseo del retorno al origen, al Bosque, que es la madre,(“¿El bosque es el cuerpo de una madre?/¿Una madre es la memoria de un retrato?/Madre y bosque caminan juntos”) porque ya se sabe que “Dando vueltas por la calesita del asombro/ensombrecido”…se comprende que “las calesitas también son jaulas
En este viaje intrincado entre el adentro y el afuera, entre el bosque y “la belleza cruel, sacudida por demonios” ,hay un entregarse a lo irremediable: ”Ya no sé esconderme. El miedo corría con zancos, no sabía/qué decirle” y “¿Quién pasa de perseguidor a perseguido?” El yo lírico se expande en un clima de búsqueda onírica y a la vez anuncia la terrible belleza del último poema, donde cae la lluvia en un clima de realismo mágico donde se unen Antonin Artaud y Stefan Zweig, los frutos y pájaros tropicales, la fiebre y el alcohol con el “siempre llueve fatalmente desde ahora”.

viernes, 1 de enero de 2010

GUSTAVO TISOCCO : Desde todos los costados

En este libro, como su nombre lo indica, el yo lírico se sumerge entero en la poesía, y emerge en la más absoluta desnudez, la de lo recóndito, lo externo-interno.(“El poeta /es el gusano/horadando la manzana/hasta engullirla”). Moramos aquí en lo pasado-presente, la nostalgia que es dolor y fue alegría, la denuncia social. Hay diversos niveles de lectura, “costados de adentro” y de afuera.
Los poemas, que en su mayoría no llevan título, muestran una temática definida que además se ahonda en sugerencias y remite a otras dimensiones. El mensaje, no obstante, se comunica en forma directa: lo sentimos porque se emite con claridad desde un mundo de visibilización y animización de todo lo viviente, desde una conciencia de la energía que late en las rocas (“una piedra / y todo el tiempo que fue”), los animales (“la inocencia transpira/animales enjaulados”), la naturaleza (“una gota de río/la caricia del sauce”) y también en el otro (“No sé /si hay grandes poetas,/sí grandes identificaciones.”).Con el otro el poeta anuda su lazo magnético al compartir-nos profundas vivencias y hacernos partícipes de su mirada que hurga en lo que duele y para la que no existe el grotesco, sino lo humano.
En el poema Para escribir un poema de veinte hectáreas, al que le pondría por título Arte Poética, advertimos la enumeración de los elementos que componen su poesía y afortunadamente, no se busca distraernos con fuegos artificiales ni juegos de palabras. La simple enumeración produce el efecto de dardos musicales que dan en el blanco hasta que el mismo blanco desaparece y se crea un nueve orden el de “Todos los costados”, liberación de formas estériles. Quien canta no piensa al hacerlo en su voz, simplemente fluye con la corriente poética(“Dejarse llevar como una veleta”) que nos lleva a donde habla el corazón (”Que tenemos un país herido no debo olvidar”).
La infancia, tratada con gran ternura, cuando es la propia , se vincula con la magia del pueblo natal, la presencia del río, el misterio del “niño de rizos azules” que acecha desde la leyenda, el abuelo contador de historias de piratas y la ausencia del hermano amado , que se evoca en los juegos compartidos. El poeta logra conservar la mirada de la infancia, la vuelca en sus palabras (“trepar la planta de nísperos…Sólo guardo/mi corazón amarillo/que me salva”). También se habla con frescura del despertar sexual (“buscaba el roce/del niño aquel/mi caballero”), conservándose la valentía y la fuerza de lo que nace (“transitas la osadía de vivir entre huracanes”).
Hay asimismo una conciencia del devenir del ser a través de los tiempos, donde la reencarnación asoma, no ya como tema, sino como recuerdo que golpea (”Esa mujer que me observa desde el cuadro/he sido yo”). Sin embargo, el yo lírico se define como pura esencia, como el que se niega a perder la mirada auténtica de la infancia (”soy el triste vagabundo/que perece en los hielos”).

Y llegamos al ámbito social, el costado de afuera, donde el yo lírico penetra en los pozos de la alienación (“ya en el hormiguero/no puedo escapar”). En su denuncia, hay una profunda advertencia y crítica de la hipocresía (¿De qué sirve ahora acariciar al muerto?/Si antes pidió pan,/un abrigo,/que manifestemos por su ausencia,/que gritemos su nombre”; “Siete años tardamos en escuchar los gritos”) y la indiferencia (“los vecinos quedamos sordos/- o quisimos serlo / y nunca más escuchamos nada”).Ante todo, su alegato apunta a la individualización de los que sufren, a la importancia de lo humano (“Volver atrás y no ser número”). La valorización de lo sencillo, lo esencial, nos golpea (“Bello arte el de amar/entregar lo que se pueda”) porque lo conmovedor está en el heroísmo cotidiano de quienes viven para el otro (”Tu hijo te aguarda de noche,/ tu pan lo transforma en príncipe”). También la unión totalizadora del amor de pareja, expresada magistralmente en el poema “A Sergio”( “y me hechizas inmortalizándome”) y su intensidad que es lo más parecido a lo eterno.
En síntesis, un libro de energía liberadora (“Gritar,/dejar salir al lobo/ y retornar al silencio.”), una palabra dolorosamente viva, escrita con sangre , como él lo dice claramente (“Gota a gota/ iré aflorando sangre”)